Monday, October 15, 2007

PROFECIA DE ABDÍAS

La humillación de Edom

1Visión de Abdías.
Jehová el Señor ha dicho así en cuanto a Edom: Hemos oído el pregón de Jehová, y mensajero ha sido enviado a las naciones. Levantaos, y levantémonos contra este pueblo en batalla. 2He aquí, pequeño te he hecho entre las naciones; estás abatido en gran manera. 3La soberbia de tu corazón te ha engañado, tú que moras en las hendiduras de las peñas, en tu altísima morada; que dices en tu corazón: ¿Quién me derribará a tierra? 4Si te remontares como águila, y aunque entre las estrellas pusieres tu nido, de ahí te derribaré, dice Jehová.
5Si ladrones vinieran a ti, o robadores de noche (¡cómo has sido destruido!), ¿no hurtarían lo que les bastase? Si entraran a ti vendimiadores, ¿no dejarían algún rebusco? 6¡Cómo fueron escudriñadas las cosas de Esaú! Sus tesoros escondidos fueron buscados. 7Todos tus aliados te han engañado; hasta los confines te hicieron llegar; los que estaban en paz contigo prevalecieron contra ti; los que comían tu pan pusieron lazo debajo de ti; no hay en ello entendimiento. 8¿No haré que perezcan en aquel día, dice Jehová, los sabios de Edom, y la prudencia del monte de Esaú? 9Y tus valientes, oh Temán, serán amedrentados; porque todo hombre será cortado del monte de Esaú por el estrago. 10Por la injuria a tu hermano Jacob te cubrirá verg:uenza, y serás cortado para siempre. 11El día que estando tú delante, llevaban extraños cautivo su ejército, y extraños entraban por sus puertas, y echaban suertes sobre Jerusalén, tú también eras como uno de ellos. 12Pues no debiste tú haber estado mirando en el día de tu hermano, en el día de su infortunio; no debiste haberte alegrado de los hijos de Judá en el día en que se perdieron, ni debiste haberte jactado en el día de la angustia. 13No debiste haber entrado por la puerta de mi pueblo en el día de su quebrantamiento; no, no debiste haber mirado su mal en el día de su quebranto, ni haber echado mano a sus bienes en el día de su calamidad. 14Tampoco debiste haberte parado en las encrucijadas para matar a los que de ellos escapasen; ni debiste haber entregado a los que quedaban en el día de angustia.

La exaltación de Israel

15Porque cercano está el día de Jehová sobre todas las naciones; como tú hiciste se hará contigo; tu recompensa volverá sobre tu cabeza. 16De la manera que vosotros bebisteis en mi santo monte, beberán continuamente todas las naciones; beberán, y engullirán, y serán como si no hubieran sido. 17Mas en el monte de Sion habrá un remanente que se salve; y será santo, y la casa de Jacob recuperará sus posesiones. 18La casa de Jacob será fuego, y la casa de José será llama, y la casa de Esaú estopa, y los quemarán y los consumirán; ni aun resto quedará de la casa de Esaú, porque Jehová lo ha dicho. 19Y los del Neguev poseerán el monte de Esaú, y los de la Sefela a los filisteos; poseerán también los campos de Efraín, y los campos de Samaria; y Benjamín a Galaad. 20Y los cautivos de este ejército de los hijos de Israel poseerán lo de los cananeos hasta Sarepta; y los cautivos de Jerusalén que están en Sefarad poseerán las ciudades del Neguev. 21Y subirán salvadores al monte de Sion para juzgar al monte de Esaú; y el reino será de Jehová.
Reina Valera Revisada (1960), (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998.

Thursday, October 11, 2007

La permanente Palabra de Dios

El mundo moderno es el de la comunicación. Ésta hace desarrollar la tecnología y justifica un nuevo vocabulario: los medios de comunicación, satélites, Internet, ordenador o computadora portátil, etc. Al igual que los atenienses de otros tiempos (Hechos 17:21), los hombres de hoy pasan las horas dando u oyendo noticias.
Los mensajes emitidos o recibidos por los seres humanos son, al igual que ellos mismos: “neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece” (S
antiago 4:14). Pero en realidad no hay verdadera comunicación; cada uno permanece en su soledad.
Pero agradó a Dios establecer una comunicación con el hombre y, después del pecado de éste, restablecerla. El Dios vivo y eterno se dirigió a su criatura para informarle y darle a conocer lo que él es y sobre qué base puede fundamentarse la relación con él.
El medio de esa comunicación con Dios es su Palabra, la Biblia, la cual es, como su autor, viva e inalterable. Es una palabra definitiva, porque Dios y su mensaje no cambian; también es una palabra accesible a todas las personas.
Dios hizo transmitir el mensaje concerniente a lo que él es por medio de un mensajero, su mismo Hijo, quien vino a la tierra como hombre, sin dejar de ser Dios. Es Jesús, Emanuel, Dios con nosotros. Por decirlo así, Dios se puso al alcance del hombre en la persona de un hombre, divino mensajero y mensaje divino a la vez. Este es el misterio de la encarnación.

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

LA VERDAD NOS HACE LIBRES

LA LIBERACIÓN

Para todos resulta evidente el hecho de que, cuando un cristiano muere y va al cielo, ha quedado completamente librado del poder del pecado. Es claramente imposible que el pecado pueda ejercer algún dominio o autoridad sobre una persona muerta. Pero si afirmamos que el creyente, en su vida actual, ha sido librado del poder del pecado tan ciertamente como si hubiese muerto e ido al cielo, entonces ya no se ve ni se admite esta verdad con tanta facilidad. El pecado no tiene más dominio sobre un cristiano que el que puede tener sobre un hombre muerto y sepultado.
Nos referimos al poder del pecado, no a su presencia. Que el lector advierta con cuidado este punto. Existe una sustancial diferencia entre un cristiano aquí abajo y otro allá arriba con respecto a la cuestión del pecado. Aquí, él es librado sólo del poder del pecado; allá, será liberado de su presencia. En su condición presente, el pecado mora en él; pero no tiene por qué reinar. Pronto, el pecado ni siquiera habrá de morar en él. El imperio del pecado llegó a su fin. Ahora ha comenzado el reinado de la gracia. “El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).
Y, nótese con atención, en Romanos 6 el apóstol no está hablando del perdón de los pecados, tema que trata en el capítulo 3. Nuestros pecados –bendito sea Dios– fueron totalmente perdonados, borrados y eternamente cancelados. Pero, en el capítulo 6, el tema no es «el perdón de los pecados», sino la completa liberación del pecado como poder o principio reinante.
¿Cómo obtenemos este inmenso favor? Por la muerte. Hemos muerto al pecado en la muerte de Cristo. ¿Es esto cierto respecto de todo creyente? Sí, de todo creyente que se halla bajo la bóveda del cielo. ¿No se trata de una cuestión de logros? De ninguna manera. Es algo que pertenece a todo hijo de Dios, a todo verdadero creyente. Es la posición común a todos ellos. ¡Bendita y santa posición! ¡Sea alabado Aquel que la ganó para nosotros y que nos introdujo en ella! Vivimos bajo el glorioso reinado de la gracia, la cual reina “por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5:21).
Esta verdad, que nos concede tal liberación, es poco comprendida por el pueblo del Señor. Muy pocos, comparativamente hablando, han ido más allá del perdón de los pecados, si han llegado siquiera a ello. No ven su plena liberación del poder del pecado. Sienten la influencia del mismo y, basándose en sus propios sentimientos en lugar de considerarse a sí mismos como lo que son según la propia Palabra de Dios, se ahogan en un mar de dudas y temores en lo que respecta a su conversión. En vez de estar ocupados con Cristo, lo están con su propio estado interior, con su propia estimación. Contemplan su estado a fin de obtener paz y consuelo, y por eso son –y deberán serlo– miserables. Nunca obtendremos paz si la buscamos en nuestro estado o condición espiritual. El camino para obtener paz es creer que hemos muerto con Cristo, que hemos sido sepultados con él, que fuimos resucitados con él, que somos justificados en él y que somos aceptos en él. En pocas palabras, debemos creer que, “como él es, así somos nosotros en este mundo” (1.ª Juan 4:17).
Esto constituye la sólida base de la paz. Y no sólo eso, sino que es el único secreto divino de una vida santa. Estamos muertos al pecado. No se nos exhorta a hacernos morir a nosotros mismos. Estamos muertos en Cristo. Un monje, un asceta o uno que hace todos los esfuerzos posibles para alcanzar una perfección sin pecado, puede tratar de dar muerte al pecado mediante diversos ejercicios corporales. Pero ¿cuál es el resultado inevitable?: Miseria. Sí, y tanta más miseria cuanto mayor sea el afán por lograr tales fines. ¡Cuán diferente es el cristianismo! Nosotros comenzamos con el bendito conocimiento de que estamos muertos al pecado; y, con la bendita fe en ello, “hacemos morir”, no al cuerpo, sino sus “obras”.
¡Ojalá que el lector pueda vivir, por la fe, según el poder de esta plena liberación!
C.H.M.

Tuesday, October 02, 2007

CONVERTIDOS DE CORAZON

EL CORAZÓN QUE SUSPIRA POR LA PERSONA DE CRISTO
Nada que no surja del amor personal a Cristo y de la comunión con él puede tener algún valor. Podemos saber al dedillo las Escrituras; podemos predicar con notable elocuencia y fluidez, con una fluidez tal que las mentes poco experimentadas pueden muy fácilmente confundir con «poder»; pero, ¡oh, si nuestros corazones no beben profundamente de la fuente principal; si el motor que los anima no es hacer del amor de Cristo una realidad práctica, todo terminará en algo fugaz y pasajero! He aprendido a estar cada vez más insatisfecho con todo aquello que —ya en lo que respecta a mí mismo, ya a los demás— no tenga que ver con una comunión permanente, profunda, divinamente labrada, y una plena conformidad, con el bendito Señor. A los caprichos personales, los detesto; a las meras opiniones, les tengo temor; a las controversias, las evito; sistemas de doctrina, teorías, escuelas de pensamiento, en una palabra, todo «ismo» lo considero carente de valor. Mi anhelo, en cambio, es conocer más de la gloriosa persona de Cristo, de su obra y de su gloria. Y entonces, ¡vivir para él! ¡Trabajar, testificar, predicar y orar, hacerlo todo por Cristo, y mediante la obra de su gracia en nuestros corazones!
C. H. Mackintosh

Monday, October 01, 2007

LA GRAN FIESTA DE BODAS

Todo está preparado


Pocos días antes de su crucifixión, Jesús contó la historia de “un rey que hizo fiesta de bodas a su hijo” (Mateo 22:1-14). Ella ilustra admirablemente la gracia de Dios que invita a gente de toda clase a compartir su gozo. Todo está preparado, no hace falta nada, solamente responder al llamado de Dios.
Normalmente no se rehúsa una invitación a una boda, y menos aún cuando se trata de una recepción real. Sin embargo, en esta parábola, los invitados inventan la peor excusa. Esa imprevista reacción ilustra lo que somos. Aceptamos con mucho gusto invitaciones por amistad o conveniencia, pero cuando Dios nos convida ponemos inconvenientes. Una invitación desinteresada nos parece increíble. Sin embargo, Dios lo hace. No rehusemos su invitación, como en la parábola, por pretextos de trabajo o de familia (v. 5). La sala de bodas se llenará con todos aquellos que hayan aceptado la invitación, cualquiera que sea su grado de culpabilidad a los ojos de los hombres puesto que todos habrán sido salvos por la misma gracia de Dios a través de la fe en su Hijo Jesucristo.
Para participar de esa fiesta era necesario haberse puesto el vestido de boda dado por el rey en el momento en que los invitados llegaban, ya que venían tal cual habían sido hallados en el camino (v. 10). Así, pues, la única condición que Dios pone para acogernos en su paraíso es que hayamos puesto a un lado nuestra propia justicia para vestirnos con la de Jesucristo (1 Corintios 1:30)

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