Sunday, April 28, 2013

CARTAS ENTRE HERMANOS

PRIMERA CARTA                                                      Blackheath, enero de 1875

Mi querido hermano:

Su carta estuvo tan llena de dulces y afables amonestaciones, y nuestra amistad ha sido tan profunda, que le debo una detallada explicación acerca de por qué he cambiado mi posición. En vista de que muchos otros preguntaron también por qué yo —quien había escrito un folleto en contra de los llamados hermanos— había cambiado tanto mis puntos de vista hasta el extremo de llegar a identificarme con ellos, confío en que Ud. no tendrá inconveniente en que les conteste mediante estas cartas dirigidas a usted.

Antes que nada, permítame recordar nuestra pasada asociación. Cerca de seis años atrás surgió nuestra amistad, la que continuó y creció de un modo más profundo con el correr del tiempo, demostrando así que la bendición del Señor estaba sobre ella. Su mismo comienzo fue una predicción de su naturaleza y carácter, pues brotó fuera de comunión con lo que, en ese tiempo, creíamos que era la verdad. Nominalmente, éramos ministros bautistas, pero, en el espíritu y en la práctica, estábamos tan fuera de la denominación bautista que éramos mirados con desagrado. ¿Por qué? Porque nos habíamos liberado de restricciones teológicas y simplemente valorábamos las Escrituras como la verdadera Palabra de Dios. Al haber estado enseñando algunas de las verdades dispensacionales, la posición distintiva de la Iglesia de Dios y la posición perfecta del creyente delante de Dios a través de la muerte y la resurrección con Cristo, la naturaleza celestial de nuestro llamamiento, la morada personal del Espíritu Santo, el retorno del Señor por sus santos antes del milenio y el glorioso reino milenario del Mesías, etc., nos vimos en desarmonía con nuestros colegas ministros, por lo que teníamos reparos en pedirles que predicaran en nuestros púlpitos por temor a que contradijesen nuestras propias enseñanzas. En honesta disensión con todo denominacionalismo, no pudimos soportar nuestras sociedades y nos mantuvimos así alejados de los procedimientos políticos de tantas de las reuniones denominacionales. La consecuencia fue que tanto Ud. como yo, cuando asistíamos, estábamos solos en esas reuniones y bajo fuerte sospecha de tener una tendencia hacia el «Hermanismo». Nuestra posición era bien conocida y nuestro aislamiento casi completo.

Como resultado, nos dedicamos más plenamente a la obra del Señor, esforzándonos, en lo posible, por proteger a nuestra gente de las «influencias denominacionales», entrenándola para que estudiasen las Escrituras por sí mismas y edificándolas en la verdad de Dios. El Señor bendijo gratamente nuestra labor. Nos animó mediante muchas pruebas de su favor. Por cierto que, al final de 1872, los dos tuvimos muchos motivos de gratitud, pues no pasaba un mes sin que hubiera gente llevada a Cristo por la predicación del Evangelio.

¡Cuán frecuentemente derramábamos nuestros corazones ante el Señor con gratitud por su gran misericordia al utilizarnos para Su gloria! En todas nuestras oraciones el único deseo era convertirnos en vasos “santificados y útiles al Señor” (2.ª Timoteo 2:21). Nuestras oraciones fueron oídas, pues veo la respuesta a nuestros clamores en las experiencias de los últimos dos años. Nuestro deseo era continuar con los nuestros y tener una mayor bendición sobre nosotros y sobre nuestra labor entre ellos. Orábamos por una mayor dedicación, pero estábamos cerrando nuestros ojos ante el hecho de que nuestra posición no era conforme a la mente de Dios (y había cosas en mi enseñanza que incluso no eran bíblicas). En consecuencia, si nuestras oraciones tenían que ser contestadas, sólo podían serlo si mediaba la separación de todo lo que —en posición o en enseñanza— era malo delante del Señor. Él nos respondió conforme a sus propios pensamientos de amor y no conforme a nuestros deseos.

Afectuosamente suyo en Cristo,

E. D.

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